Por Jorge Capelán.
La semana pasada el presidente colombiano
Juan Manuel Santos - con sus cañoneras en amplio despliegue en la zona
del Caribe, que según el Tribunal de La Haya debía haber evacuado ya el
19 de noviembre - dijo que con Nicaragua hablaría "suave en la forma
pero firme en el fondo".
Esas palabras, que en los medios
colombianos fueron ensalzadas como todo un monumento a la racionalidad,
la educación y el comedimiento - y, en última instancia, como prueba de
la superioridad racial de la oligarquía colombiana sobre los
nicaragüenses - , en realidad no son sino un refrito de la vieja
ideología del "Big Stick", la misma que inmortalizó el presidente
estadounidense Theodore Roosevelt cuando dijo aquello de "habla
suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos".
Es una ideología según la cual el orden y
las buenas costumbres deben primar en las relaciones de dominación y
sumisión entre los estados siempre y cuando la potencia más fuerte, en
este caso la del Destino Manifiesto, esté en las cercanías con sus
flotas y sus tropas, "por si acaso". En realidad, es una vil
racionalización del derecho del más fuerte digna de Arturo Ui, aquel
gángster ficticio que con las mañas más arteras se hizo del control del
mercado del coliflor en la ciudad de Chicago, y con el que el dramaturgo
alemán Bertolt Brecht magistralmente ejemplificó el ascenso de Adolf
Hitler al poder.
Esa ideología fue la que Roosevelt usó en
1902-1903 para, reforzando la presencia de sus marines en Cuba, someter
a Venezuela, que había cometido la insolencia de negarse a pagar unas
deudas infames a los ingleses, los alemanes y los italianos. Con sus
tropas desde la mayor de las Antillas prestas a invadir, Roosevelt hizo a
Cipriano Castro la "irresistible oferta" de que los europeos
levantarían su bloqueo a cambio de que Venezuela dedicase el 30% de sus
ingresos de aduanas al pago de la "deuda".
También en 1903, y con la misma doctrina,
el comandante John Hubbard del buque norteamericano "Nashville",
impidió el transporte y cualquier desembarco posterior de las tropas
colombianas en Colón, en la históricamente secesionista provincia de
Panamá, argumentando que debía respetarse la "neutralidad" del
ferrocarril, un argumento que las autoridades norteamericanas habían
empleado en anteriores ocasiones en sentido contrario. En realidad, los
Estados Unidos se decidieron a apoyar la independencia de Panamá luego
de que el Congreso de Bogotá rechazara la "irresistible" propuesta
norteamericana de construir un canal interoceánico en el istmo a cambio
de unas pocas migajas para Colombia.
Un tratado similar le habían obligado a
aceptar a Nicaragua ya en 1901, cuando el Secretario de Estado John Hay
le hizo al país la "irresistible" propuesta de que se le cediese el
territorio nacional para construir un canal interoceánico por unos
míseros 100 mil dólares al año. En vista de las cañoneras, las élites
nicaragüenses consideraron que no tenían más remedio que aceptar la
oferta, aunque subieron un poquito el precio. Cuando más tarde el
presidente José Santos Zelaya se tomó en serio la idea de hacer un canal
por su cuenta con la ayuda de los japoneses y los alemanes, fue
desestabilizado y finalmente "invitado" a dimitir con una infame nota
del secretario de Estado Philander Chase Knox, debidamente respaldada
por fuertemente armadas cañoneras.
Con ese cuento de "hablar suave pero con
firmeza", los Estados Unidos intervinieron en numerosas ocasiones en su
Mare Nostrum (Mar Nuestro), el Caribe, donde ningún país que haya sido
intervenido una vez se ha logrado escapar de repetir la experiencia al
menos en una segunda ocasión.
Además de la separación de Panamá de
Colombia en 1903 y la Nota Knox contra Zelaya de 1909, se pueden
mencionar las ocupaciones militares de República Dominicana entre 1916 y
1924, de Cuba entre 1906 y 1909 y de Haití desde 1915 hasta 1934, entre
muchas otras. En realidad, la doctrina del Gran Garrote es hoy en día
parte integral de la caja de herramientas geopolíticas del imperio.
Dicho todo esto y volviendo al tema de
las altisonantes declaraciones de Santos, debemos plantear un par de
preguntas relevantes: ¿Están las élites colombianas en una posición que
les permita utilizar el lenguaje de sus amos históricos en lo que
respecta a sus intereses estratégicos en el Caribe con respecto a
Nicaragua? Cuando Santos dice que va a hablar "suave en la forma pero
firme en el fondo" con Nicaragua, ¿es él el que habla, o son los Estados
Unidos?
Creo que la respuesta a esas preguntas es
compleja y contradictoria. El mundo de inicios del Siglo XXI no es
igual al de los inicios del Siglo XX.
Si hace 100 años los EE.UU. eran el
hegemón global en ascenso, hoy son el hegemón global en declive, con
China como la primer economía mundial a la vuelta de la esquina y un
naciente orden multipolar. Están empantanados en el Oriente Medio,
rehenes de su apoyo al Estado Sionista de Israel. Al mismo tiempo,
quieren cercar a China en el Pacífico y contener a Rusia con "escudos
antimisiles" que le permitan asestar un primer golpe nuclear. Todo eso
lo quieren hacer con una economía en quiebra y un ejército en el que,
según un estudio encargado por el Centro de Conducción Militar de Fort
Leavenworth, Kansas, solo uno de cada cuatro oficiales cree que está
siendo conducido de manera correcta por sus mandos.
El Caribe sigue siendo el Mar Nuestro de
los EE.UU., pero desde hace 4 años han tenido que soportar, a vista y
paciencia, el regreso de la flota rusa a sus aguas, con planes
anunciados de montar una base en Cuba. Colombia entera es formalmente
una base militar de los Estados Unidos, en virtud de los acuerdos
firmados por ese país. Sin embargo, Bogotá está empeñada en unas
conversaciones de paz con unas guerrillas que no ha logrado derrotar y
que obligan a Colombia a dedicar entre 5 y 6% del PIB en gastos de
guerra (uno de los más altos en el mundo) y ahuyentan a la inversión
extranjera.
Es cierto, a mediados de 2008 los EE.UU.
restablecieron su IV Flota en el Caribe, y poco menos de 12 meses más
tarde era derrocado José Manuel Zelaya en Honduras, pero no han logrado
estabilizar su dominio sobre ese país, mucho menos convertirlo en un
santuario para sus guerras de "baja intensidad" como lo hicieron en la
década de los 1980s contra Nicaragua.
A diferencia de los inicios del Siglo XX,
100 años más tarde en la región existen movimientos populares
organizados como sujetos políticos con agendas propias que ponen límites
a lo que son capaces de hacer las élites. Porfirio Lobo está
desesperado por reactivar el acuerdo de Petrocaribe, no pudo llevar a
cabo el escandaloso proyecto de los batustanes neoliberales llamado
"Ciudades Modelo" y ve con resignación cómo en su país se ha roto con el
bipartidismo ante el avance de la Resistencia. Al mismo tiempo
Martinelli, en Panamá, es obligado por las protestas populares a anular
un proyecto por el que se pretendía malvender la zona franca de Colón -
algo que tan sólo una década atrás habría a sido una cuestión de mero
trámite. En El Salvador, el FMLN sigue siendo el partido de gobierno a
pesar de todos los esfuerzos de ARENA por retornar al pasado.
En Nicaragua, bajo el gobierno
sandinista, se viven tiempos históricos de estabilidad y prosperidad,
con niveles de crecimiento entre los más altos de la región y claras
tendencias de reducción de la pobreza y la desigualdad, así como de
recomposición de las instituciones, el Estado y la sociedad en su
conjunto.
Al contrario de la realidad construida
por los cables de las agencias occidentales de noticias, el gobierno del
presidente Daniel Ortega goza de un respaldo popular masivo gracias a
su capacidad para alcanzar amplios consensos y de dar respuesta a las
necesidades más sentidas de la población. En la Nicaragua de hoy en día
es un suicidio político pronunciarse en contra de la necesidad de
políticas de reducción de la pobreza, de proyectos de inversión como el
del Canal Interoceánico, negar la soberanía del país sobre el Río San
Juan o su derecho a los recursos del Mar Caribe.
Sobre los temas limítrofes, el consenso
existente en Nicaragua se asienta en el triunfo revolucionario del 19 de
julio de 1979, a raíz del cual una serie de tratados lesivos a la
soberanía nacional firmados en condiciones de ocupación extranjera
fueron denunciados y una política de recuperación del territorio
nacional fue comenzada. Desde 1856, un caso excepcional en la historia
moderna, Nicaragua perdió cerca de un tercio de su territorio a manos de
sus dos vecinos, de tamaño mucho menor, Honduras y Costa Rica.
Desde los tiempos de la colonia, un
interés recurrente de los poderes coloniales ha sido el de lograr que
Centro América estuviese dividida en pequeñas unidades políticas en
orden de garantizar su sumisión. Esto era extremadamente importante en
el caso de Nicaragua, la mayor de las repúblicas independizadas de
España. No es casualidad que con la invasión del filibustero William
Walker el proceso de despojo de Nicaragua cobró nuevas fuerzas.
Desde la perspectiva nicaragüense, el
tratado Bárcenas Meneses-Esguerra es nulo desde el momento en que fue
firmado bajo ocupación norteamericana. Basta con ver el mapa del Caribe
para darse cuenta de que Nicaragua está acorralada en ese mar. Es el
único país centroamericano con costas en ambos océanos sin un puerto de
aguas profundas en uno de ellos: El Caribe. Una de las razones de este
hecho es que la escasa franja costera que las cañoneras colombianas
estacionadas a lo largo del meridiano 82 dificultaba la viabilidad
económica del proyecto para Nicaragua.
Esa situación es comprendida por los
vecinos centroamericanos de Nicaragua en el Caribe, que están sometidos a
presiones similares por las fronteras de Colombia. La oligarquía
colombiana se equivoca si da por sentado el apoyo de los países de la
región en su política antinicaragüense. Ni siquiera Costa Rica, que
podría haber perdido mar a raíz del fallo de La Haya, ha puesto en duda
la validez del mismo. Incluso, no sería extraño que intentase renegociar
su tratado limítrofe con Colombia sobre el Caribe, que no ha sido
ratificado por el Parlamento.
Una continuación de la política de
confrontación por parte de Colombia probablemente tendría como
consecuencia que Centro América cierre filas tras Nicaragua. A nivel
popular, no existe ningún entusiasmo por aventuras guerreristas de
ninguna clase, y a nivel de estados, no existen ánimos para plegarse
ante agendas que sólo dificultan el flujo de las inversiones. Pero
además, hay un proceso más profundo que hace inviable la aplicación de
las políticas del Gran Garrote en la región.
La firma de los acuerdos de Esquipulas
II, en 1987, rechazada en su momento por los Estados Unidos, fue un
hecho geopolítico sin precedentes en la región. Más allá del
reconocimiento por los demás países centroamericanos de la legitimidad
del gobierno sandinista, esos acuerdos implicaron una ruptura con el
status quo imperial y la lógica del Gran Garrote toda vez que los
gobiernos de la región, apoyados por un grupo de países sudamericanos,
lograron resolver sus diferencias entre ellos mismos, al margen de los
Estados Unidos.
La oligarquía colombiana fue incapaz, en
esas condiciones, de entender que debía renegociar su geopolítica en el
Caribe, en lugar de seguir como aprendiz de hegemón regional a la cola
del hegemón global. En lugar de eso, la oligarquía colombiana actuó con
prepotencia e ignoró la decisión nicaragüense de declarar nulo el
tratado Bárcenas Meneses-Esguerra a inicios de los 80s, dejándose
encandilar por el "reconocimiento" de parte de la administración Reagan
de su "soberanía" sobre los callos Quitasueño, Roncador y Serrana.
A la firma de los acuerdos de Esquipiulas
II en Centroamérica, para las élites colombianas siguieron 20 años de
vivir de la ilusión, con sus planes Colombia y Patriota, financiados con
enormes sumas de dinero estadounidense y sueños de sentirse "el Israel
de América Latina". Ahora todo eso se acabó y el fallo de la CIJ no hizo
otra cosa que devolver a Colombia a la realidad. Una prueba de ello es
que el mismísimo juez ad-hoc designado por Bogotá en el Alto Tribunal
votó a favor del fallo, y sólo estuvo en desacuerdo con la manera en que
se trazaron los límites, proponiendo otra que, a su juicio, le habría
dado a Nicaragua la misma cantidad de mar.
Difícilmente logre Colombia el apoyo
explícito de Washington para su actitud de desacato a la CIJ. Ayer en
Managua, la embajadora estadounidense, Phyllis Powers, aseguró que
“vamos a seguir trabajando muy estrechamente con Nicaragua en la lucha
contra el narcotráfico” independientemente de la nueva situación
fronteriza. Esto lo dijo a sabiendas de que la Asamblea Nacional en
Managua, el mismo día de la semana pasada que renovó su invitación a
Estados Unidos para colaborar en la lucha contra en narcotráfico en el
Caribe, invitaba a las armadas de Cuba y Rusia a hacerse presentes en la
zona.
No se trata de que los Estados Unidos
repentinamente hayan desarrollado una simpatía por Daniel Ortega, o que
no les preocupe el hecho de que Nicaragua adquiera el peso regional que
está alcanzando.
La élite estadounidense está dividida
sobre el tema de la Convención del Mar, que Colombia no ha ratificado y
los EE.UU. ni siquiera han firmado porque, según argumentaba Ronald
Reagan a inicios de los 80s, el hacerlo sería como poner la soberanía de
Estados Unidos en las manos del tercer mundo. Sin embargo, desde
entonces a esta parte una gran mayoría de los países del mundo se han
convertido en signatarios del Tratado, y los EE.UU. están perdiendo
muchos billones en contratos de explotación marítima, por lo que la
presión para su ratificación es cada vez más fuerte, y no solo entre las
filas de los demócratas.
Como acostumbra recordar el presidente
ecuatoriano Rafael Correa, no estamos asistiendo a una mera época de
cambios, sino a un cambio de época signado por el fin de la hegemonía
estadounidense. La oligarquía colombiana debería elegir qué camino
quiere seguir: o normaliza sus relaciones con la sociedad colombiana y
con el resto de América Latina, o sigue por el trillado camino del
gamonalismo interno y externo que Santos en vano trata de esconder tras
su discurso de "hablar suave en la forma pero firme en el fondo".
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