Managua. Por Jorge Capelán, RLP/TcS. | 27 septiembre de 2013
Escribir sobre el poeta Ernesto Cardenal es algo que no se puede hacer sin sentir al mismo tiempo mucha tristeza.
En una época, a través de los poemas de Cardenal, habló lo mejor del pueblo nicaragüense con palabras que aún siguen vivas y que testimonian lo más hondo de sus sufrimientos y lo más alto de sus sueños. Sin embargo, desde hace unos cuantos años, de la voz del poeta, entrevistado por los medios occidentales, solo sale resentimiento, mezquindad y no pocas dosis de odio.
Por eso nos sorprendieron unas recientes declaraciones suyas con las que no podemos dejar de estar básicamente de acuerdo. Desde Buenos Aires, Ernesto Cardenal afirma que el Papa Francisco es un revolucionario.
«No me esperaba un Papa de este continente, un Papa revolucionario en este momento y, además, elegido por un colegio de cardenales conservador», le dice al periodista Alver Metalli en una entrevista publicada por el diario italiano La Stampa.
«Al principio no creí que pudiera hacer lo que está haciendo... algo verdaderamente increíble, porque está poniendo todo al revés. O mejor, en su lugar, en donde [las cosas] deben estar... Los últimos serán los primeros, eso es lo que está haciendo Francisco», agrega.
Tal vez el Papa no sea un revolucionario del mismo tipo que el Ché, Fidel, Chávez o Daniel, pero los cambios que Francisco quiere realizar, y los que está realizando, son revolucionarios para la Iglesia y para el mundo. Son cambios que requieren de enorme coraje y que son cruciales, pensemos nada más en su denuncia de la barbarie capitalista y en su firme toma de posición contra la guerra.
Quien sabe, tal vez algún día, la vida misma (ayudada por la prédica de Francisco) decida que Ernesto Cardenal regrese por sus propios medios a un lugar del que nunca nadie lo corrió: el seno de ese pueblo que sigue abrazando las banderas del Frente Sandinista.
Sin embargo, para que eso suceda, a Ernesto le queda todavía un buen trecho por andar.
Dice Ernesto Cardenal que si Francisco le llegara a quitar la suspensión "a divinis" que decidió el cardenal Ratzinger cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, eso "le complicaría la vida" al alejarlo de la contemplación.
Sin embargo, no parece complicarle demasiado la vida al sacerdote-poeta el recibir premios internacionales a cada rato. Desde 2005 a esta parte ha recibido nada más ni nada menos que cinco distinciones que implican viajes, entrevistas, seminarios, artículos, en fin, toda una parafernalia de actividades superfluas para alguien que dice estar dedicado a la contemplación.
¿No sería preferible dar misa de vez en cuando, celebrar algún bautismo o algún casamiento? Ciertamente que eso le daría mucho más espacio para estar en contacto directo con el Creador (para no decir, con el Pueblo de Dios). Tal vez eso le ayudaría a limpiar de su sistema tanta amargura que lleva adentro y que luego se ve obligado a escupir ante cuánta pluma viperina de los medios multinacionales desee entrevistarlo.
Por ejemplo, el lunes, Cardenal va a recibir el grado de "Oficial de la Legión de Honor", el más alto reconocimiento del Estado galo que se concede a franceses o extranjeros por sus "méritos eminentes, civiles o militares, rendidos a la nación francesa". Baste decir que la orden fue establecida por el imperialista Napoleón Bonaparte.
Dejamos al juicio del lector o lectora la tarea de desentrañar cuál habrá sido el eminente mérito "civil o militar" rendido por Ernesto Cardenal a la nación francesa.
Esa es la gran incongruencia de Cardenal. Elogia al Papa por revolucionario, pero rechaza un hipotético levantamiento de su suspensión sacerdotal al tiempo que con gusto se va a recibir un premio de Francia, la potencia imperial que hace tan sólo unos días estuvo a punto de hacer volar el mundo en mil pedazos arrastrándolo a una guerra nuclear. Desprecia a su iglesia y luego se va a recibir la medalla de un César decrépito, rabioso y loco.
Ojalá que le quede vida al gran Ernesto Cardenal para que reflexione sobre esas cosas y regrese al seno de ese pueblo que jamás lo corrió.
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