Por Jorge Capelán, RLP/TcS.
Una extraordinaria crónica de la estadounidense Amy Goodman acerca de los supuestos avances de la política progresista en el reino de Suecia le ha dado la vuelta al mundo la última semana y este humilde servidor, que conoce bastante bien la realidad que la autora describe, no puede menos que reaccionar haciendo notar algunas cosas que ésta omite.
En su crónica, Goodman pone como un ejemplo democrático la reunión anual de políticos que se lleva adelante en Visby, en la isla sueca de Gotland, y que lleva el nombre de Almedalen. Amy Goodman ensalza a la democracia sueca, que una vez al año permite que activistas por las más variadas causas se reúnan bajo formas más o menos civilizadas durante una semana en una isla en el medio del Mar Báltico. Yo estuve ahí junto con un grupo de activistas por el derecho de las personas Sin Papeles hace como 10 años y daré mi visión sobre el evento.
Sin embargo, y antes de entrar en materia, me veo obligado a comentar la elección de ejemplo democrático de Goodman para el pueblo estadounidense: “Suecia es una democracia parlamentaria, liderada por un gobierno de coalición”, escribe la autora. Lo que no le explica al pueblo estadounidense es que Suecia no es una república, sino una monarquía, y su jefe de Estado, por lo tanto, no es el ministro de Estado Fredrik Reinfeldt sino el Rey Carlos XVI Gustavo – a quien nadie ha elegido, excepto la propia Casa Real de Suecia. O sea que lo que Goodman le está recomendando indirectamente al pueblo estadounidense es que vaya hacia atrás como el cangrejo y eche por la borda a su famosa Revolución Americana, de la que alguna lección buena se podría aún extraer.
Entendemos perfectamente que para el público estadounidense, acostumbrado como está a la criminalización y represión de toda protesta social, el hecho de que por una semana al año los políticos puedan alternar con determinados grupos de activistas rociando las reuniones de buenos vinos y sándwiches de delikatessen en vez de gas de pimienta o choques eléctricos suene a un gran avance democrático. Sin embargo, en este punto la visión que Goodman da de la actividad es una idealización total.
En su crónica, Goodman menciona su encuentro con el parlamentario del Partido Verde, Per Bolund, que interrogaba a varios directores de grandes empresas acerca de las reglamentaciones ambientales que quisieran que se aplicaran – los que a su vez, “increíblemente”, le respondían. Además, Goodman menciona su encuentro con Antje Jackelén, la primera mujer arzobispo de la Iglesia de Suecia desde su fundación hace 850 años y la presencia de manifestantes (organizados por Amnistía Internacional) denunciando el papel que desempeña la exportación de armas en la economía sueca.
Llama poderosamente la atención de que Goodman no haya hablado de dos hechos que marcaron la edición de este año de la reunión de Almedalen: El primero, el derecho a manifestarse, con protección policial, del partido nazi que lleva el nombre de Partido de los Suecos (Svenskarnas Parti), con estrechas relaciones con grupos terroristas como el Svoboda ucraniano, cuyas violentas acciones en Kiev apoyó con tropas este año. Por cierto, uno de los nazis suecos, recién regresado de su “misión” en Ucrania, participó en el ataque a cuchilladas contra varios antirracistas este 8 de marzo, en el que hubo varios heridos, entre ellos uno que estuvo en cuidados intensivos varias semanas. El segundo hecho que omite Goodman es que los antirracistas que decidieron hacer oir su protesta pacífica contra los nazis que con protección de la “democracia” sueca marcharon en Visby, fueron prontamente apresados por la policía.
El “Partido de los Suecos” (Nazis) en una de sus marchas. (Foto de la Televisión Sueca)
La manifestación nazi que Amy Goodman no creyó digna de reportar en Almedalen 2014 (Foto: TT)
El activista Dror Feiler, que protestaba contra los nazis tocando en su saxofón la canción de la serie Pippi Mediaslargas, es detenido por agentes de seguridad de Almedalen 2014 (Foto: Expressen.se)
Así le dejaron el cuello a Dror Feiler los policías que lo aprendieron. Por cierto, no es la primera vez que las fuerzas del orden del reino expresan de forma similar la interpretación de Pippi Mediaslargas que hace Feiler durante los actos de protesta contra los nazis. (Foto: Televisión Sueca)
En lo personal, hace unos 8 años tuve la oportunidad de asistir a Almedalen como parte de un grupo de activistas por el derecho al asilo y miembros del Movimiento Sin Papeles. Fuimos ahí, copamos un seminario en el que hablaba un fanático antiinmigrante que por ese entonces era ministro de migración, lo atiborramos de preguntas críticas y cuestionamientos, y al final del “workshop” nos fuimos a libar las abundantes bebidas y a degustar las exquisiteces que los organizadores habían encargado. ¿Resultados políticos concretos? Nada...
Por ejemplo, logramos hablar con una muchacha del partido liberal muy interesada en el tema de los Sin Papeles (los políticos progresistas ya sabíamos que estaban de nuestro lado). Al cabo de unos pocos días la muchacha se dio cuenta de que esa no era una bandera viable para hacer carrera y nunca más volvió a llamar – ni a responder a nuestras llamadas. Nosotros regresamos a nuestro día a día de buscar casas de acogida clandestina para los Sin Papeles, de buscar médicos dispuestos a curar gratis sus incontables enfermedades, y a dedicar numerosas horas de trabajo a librar batallas legales que, allá cada muerte de obispo, resultaban en que algún inmigrante que llevaba años escondido recibiera su residencia.
En resumidas cuentas: Almedalen le sirvió a los políticos del sistema para legitimarlo. Por otro lado, los movimientos populares se ven constantemente ante el dilema de si ir o no ir a ese tipo de farsas. Si van, es casi siempre a perder el tiempo. Si no van, pierden la oportunidad de hacer algún hipotético contacto que rara vez sirve para algo. Muchísimos grupos no van, entre otras cosas porque no tienen recursos, ni personales ni colectivos, para ir. Algunos, como el caso de los activistas contra la guerra que fueron a protestar este año, lo hacen a riesgo de caer en las garras de la mafia Oenegista de redes como Amnistía Internacional, que como es bien sabido se caracteriza por combatir a cualquier gobierno que se decida a cambiar el criminal orden internacional que vive de la industria de la guerra. En muy pocas ocasiones, como en el caso de Dror Freiler y los antirracistas, logran hacer un punto político que trascienda la agenda previamente trazada por la oligarquía financiero-mediática y política que dirige al reino de Suecia.
Las bondades de la democracia sueca que describe Goodman en su crónica dan una imagen totalmente edulcorada y falseada de lo que es Suecia. La sueca es una sociedad en la que hay una libertad muy amplia para dedicarse a proyectos individuales de consumo privado, siempre y cuando se tenga una fuente de ingresos. Fuera de eso, todo interés social y toda lucha por lo que no sea “la pelusa de mi propio ombligo” es enfrentado con profunda hostilidad, sino represión abierta. El “activista” que sucumbe a los sándwiches y los tragos de Almedalen se convierte en parte de la élite corporativa que gestiona la política proestadounidense de Suecia. Muy pocos de los asistentes habituales de Almedalen logran sobrevivir a esos embates.
Cuando Olof Palme pronunció su famoso discurso desde la parte de atrás de un camión en Visby, en 1968, acto que dio origen a la tradición de Almedalen, Suecia era otra Suecia, y la socialdemocracia escandinava era otra socialdemocracia. Los que hoy en día dirigen a la socialdemocracia son hijos de la casta de burócratas que enterraron a Palme. Si vemos fuera de la socialdemocracia, hoy en día Jonas Sjöstedt, presidente el otrora Comunista “Partido de Izquierda”, dice haber sido un amigo íntimo de Chris Stevens, el embajador estadounidense en Libia, asesinado en Septiembre de 2012 por los mismos grupos de Al Qaida que él entrenó para que cometieran el baño de sangre que tuvo lugar en ese país norafricano.
Por supuesto, tanto en la socialdemocracia como en el Partido de Izquierda y en muchas otras organizaciones, existen activistas de base genuinamente interesados y comprometidos en un cambio del sistema, pero el poder del gran capital sueco sobre la política del reino es hegemónico y su influencia se extiende por todo el aparato político.
Es comprensible que desde una óptica superficial Goodman presente como un gran avance el que un partido sueco pueda obtener 4% de los votos y entrar al parlamento, cuando en los EE.UU las elecciones son entre las dos fracciones del partido de los multimillonarios, pero lo que pasa es que en un país como Suecia, los ricos tienen demasiado que decir sobre qué cosas y hasta qué punto los “principales partidos” del reino pueden discutir. De hecho, existen decenas y decenas de partidos en Suecia que no pueden ir a Almedalen porque no tienen dinero. Son los partidos representados en el parlamento los que tienen acceso a fondos públicos lo suficientemente importantes como para poder asistir.
O sea que la democracia que Goodman toma como modelo es una democracia corporativa, cooptada por los intereses de los grupos de poder y de las ONG:s al servicio de esos mismos grupos, como Amnistía Internacional. Podría haberle recomendado al pueblo estadounidense que mirase a otras experiencias democráticas, como las muchas que estamos desarrollando aquí en América Latina, pero al fin de cuentas lo que parece que le atrae a Goodman es la posibilidad de ser admitida en los corrillos de discusión en los que se reparten vinos de marca, comida de delikatessen y algún que otro lugarcito bajo el sol.
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