Por toni  solo y Jorge Capelán.
Para la maquinaria propagandística imperial, los gobiernos y 
dirigentes de izquierda en América Latina son demasiado izquierdistas, 
falsos izquierdistas, fanáticos ciegos, astutos Machiavellos, 
capitalistas vestidos de rojo, enemigos jurados del libre mercado y 
muchos otros pares de cosas contradictorias a la vez.
Esto es así porque el propósito de la propaganda es el de 
hacerle imposible a su población-blanco el comprender la realidad. Al 
promover la desconfianza, la ansiedad y la confusión entre aquellos 
sectores del público que en los países imperialistas podrían ofrecer 
resistencia a los planes de sus gobernantes, los estrategas de la guerra
 esperan poder neutralizar cualquier esfuerzo de solidaridad con sus 
víctimas.
Desgraciadamente, la mayoría de los movimientos e intelectuales 
progresistas y radicales en Europa y Norte América tienen problemas para
 aceptar esta verdad, independientemente de su experiencia, su 
reputación, o su comprensión de lo que el imperio rutinariamente le hace
 a la humanidad.
Sin estar directamente involucrado en ellos, casi ninguno de estos 
intelectuales o movimientos puede ofrecer una versión veraz y justa de 
los diversos procesos revolucionarios latinoamericanos. Podrán avanzar 
teorías o esquemas más o menos plausibles, pero siempre les va a escapar
 lo fundamental de la tarea práctica de conquistar el poder y llevar a 
cabo cambios radicales. Son muchos los ejemplos de esto.
Es un error depender enteramente de los análisis de académicos como, 
por ejemplo, Noam Chomsky o James Petras para comprender lo que ocurre 
en América Latina. los esquemas de estos escritores tienden a colapsar 
frente a realidades específicas. No es necesario ser adepto del 
anti-estalinismo del historiador inglés E.P.Thompson y perderse en su 
callejón sin salida socialdemócrata para reconocer la validez del 
argumento central de su libro “La Pobreza de la Teoría” en contra del 
pseudo-marxismo idealista.
El artículo "Pink
 Tide in Latin America: An Alliance Between Local Capital and Socialism"
 [Marea Rosada en América Latina: Una Alianza entre el Capital Local y 
el Socialismo] de Mahdi Darius Nazemroaya publicado el 3 de mayo 
2013 por Global Research es un ejemplo de este problema. En los últimos 
párrafos de su artículo - de hecho una serie de reflexiones sobre el 
futuro desarrollo de los acontecimientos en la región después de la 
muerte de Hugo Chávez - el autor escribe,
"Se puede argumentar 
que la corriente política (de izquierda) en América Latina tiene más que
 ver con la independencia económica y financiera que con un proyecto 
socialista que amenace al sistema global capitalista.”
Sin elaborar más sobre este tesis, el texto de Nazemroaya es de hecho
 un ejercicio de disección inconsecuente y superficial de los gobiernos 
progresistas y radicales de la región, con el propósito de cuestionar el
 carácter anti-capitalista del proceso de integración actualmente en 
camino en América Latina. Dado que el análisis de Nazemroaya difunde 
muchos prejuicios y errores que son funcionales a la campaña de 
propaganda imperial contra este proceso y esos gobiernos, nos vemos 
obligados a contestarlo. Pero primero, abordaremos el argumento central 
que, sin fundamentarlo de una manera adecuada, avanza Nazemroaya.
Sin duda, hay una sinergia (conflictiva) entre (algunos) intereses 
capitalistas y los intereses que pugnan por el socialismo tras el actual
 movimiento hacia la unidad e independencia latinoamericana. Hay una 
enorme cantidad de dinero en las manos de las oligarquías 
latinoamericanas que, en las circunstancias apropiadas, podría ser 
invertido en la región en vez de ser depositado en algún banco suizo o 
en un paraíso fiscal. Algunos motores del proceso hacia la emancipación 
latinoamericana y caribeña se explican por la presencia de China como un
 importante prestamista e inversionista regional, por el estancamiento 
de las economías europeas y estadounidense y por los masivos proyectos 
de desarrollo impulsados por los gobiernos que Nazemroaya designa con el
 término despectivo de “marea rosada”. Pero ¿quiere decir esto que lo 
que lo que hoy está sucediendo en América Latina no es la emergencia de 
“un proyecto socialista que amenace al sistema global capitalista”?
Quien no entienda el valor anti-capitalista de acabar de una sola vez
 con la hegemonía del imperialismo occidental debería dedicarse a 
escribir novelas de ciencia ficción en vez de hacer de cuentas que está 
combatiendo al capitalismo. Es extraño que un editor de Global Research 
no comprenda esto. Sin embargo, el proyecto latinoamericano y caribeño 
de independencia e integración alberga mucho más que solo la ambición de
 construir un mundo multi-polar.
En América Latina es imposible comprometerse con la construcción de 
las alternativas socialistas y anti-capitalistas sin al mismo tiempo 
luchar por la integración política, económica y hasta cultural del 
continente. “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más 
grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su 
libertad y gloria.” (1) Ese es el legado de Bolívar, igual que fue el de
 Martí, Sandino, Mariátegui, Gaitán, el Che, Fidel Castro y muchos otros
 revolucionarios latinoamericanos y caribeños desde la Independencia. Es
 así porque los poderes coloniales e imperiales necesitaban dividir la 
región en países pequeños para poder explotar sus recursos y su mano de 
obra. Esto no es algo que inventó Hugo Chávez, sino que es una lección 
aprendida hace mucho tiempo aquí en América Latina.
Al centro del proceso de independencia e integración está la Alianza 
Bolivariana, ALBA, compuesta de 8 miembros plenos con una población de 
más de setenta millones de personas, un 15% de la población regional. A 
este núcleo se suma un número creciente de países que participan como 
miembros invitados y observadores. Las relaciones económicas del ALBA no
 se basan en las ganancias sino en la solidaridad y la complementariedad
 entre sus países miembros. Tampoco es una alianza de conveniencia. Más 
bien, es un proyecto dirigido a consolidar una unidad política superior 
al capitalismo. No se basa tampoco en la caridad Venezolana sino en el 
uso de los recursos comunes de la región como una palanca que permita a 
sus países miembros dejar atrás el capitalismo. 
Por medio del 
ALBA y organizaciones como Petrocaribe, con dieciocho países miembros, 
el petróleo venezolano se re-invierte en los países no productores del 
petróleo en programas sociales y económicos financiados por préstamos a 
largo plazo con mínimas tasas de interés. Esto mejora la liquidez del 
gasto público de estos países de una manera muy importante, liberando 
fondos para políticas de crédito fuera de la camisa de fuerza de la 
banca privada. Así se permite a un país eminentemente agropecuario como 
Nicaragua diversificar sus contrapartes comerciales a la vez que 
diversifica su economía y añade valor a sus productos de exportación.
Entre Venezuela, Cuba y los demás países del ALBA, hay intercambios a
 todos los niveles dirigidos a compartir experiencias en los ámbitos 
sociales, económicos tecnológicos y culturales. Por ejemplo, campesinos 
nicaragüenses viajan a Venezuela para compartir sus experiencias 
cooperativistas y así aportar al aumento de la producción de alimentos 
en Venezuela. Personal cubano de muchos diferentes campos, especialmente
 de la salud y la educación, juegan un papel muy importante en muchos 
programas sociales en varios de los países, pero a la vez que comparten 
sus experiencias, aprenden también de las experiencias de sus homólogos 
en la región.
Ahora, en vez del dólar estadounidense, los países del ALBA han 
empezado usar sus propias monedas nacionales para el comercio 
intra-regional. Para esto se ha diseñado el Sistema Unificado de 
Compensación Regional (SUCRE). El SUCRE se ha desarrollado junto con 
toda una arquitectura financiera regional, que incluye un Banco del 
ALBA, con el objetivo de blindar la región de las secuelas del colapso 
del capitalismo en Europa y Norte América. Con todos estos ejemplos, 
resulta poco realista negar la dinámica anti-capitalista del ALBA. Sería
 todavía más imprudente negar la influencia que los éxitos del ALBA han 
tenido en el resto de la región.
El ALBA fue fundado en 2004 en base de un acuerdo entre Venezuela y 
Cuba. Al año siguiente, en 2005, en la Cumbre de las Américas en Mar de 
Plata Argentina, se enterró la iniciativa estadounidense de hacer un 
Área de Libre Comercio en las Américas, el ALCA. Allí la mayoría de los 
gobiernos latinoamericanos rehusaron aceptar la oferta del Presidente 
George W. Bush de “abran sus mercados o de lo contrario....”. Sin el 
liderazgo conjunto de Hugo Chavez, Evo Morales, Lula da Silva y el 
entonces presidente Néstor Kirchner de Argentina, esta derrota 
estratégica del imperialismo en América Latina no habría sido posible.
Ahora con la formación el 23 de febrero del 2010 de la Comunidad de 
Estados Lationamericanos y Caribeños (CELAC), los treinta y tres países 
de la región por primera vez en la historia han creado una organización 
fuera del control de los Estados Unidos y Canadá. Sin el papel cumplido 
por Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia and Nicaragua, el perfil de CELAC 
no sería tan integral como lo es hoy en día. La contribución de 
Venezuela ha sido vital, no solamente por la dimensión estratégica de la
 Revolución Bolivariana sino también, por ejemplo, por su maejo 
inteligente de los sectores más reaccionarios de la oligarquía 
colombiana representados por el ex-Presidente Álvaro Uribe.
Es claro que algunos intereses capitalistas ven importantes 
oportunidades en todos estos acontecimientos, peor no están organizados 
políticamente. La derecha latinoamericana está dominada por partidos 
políticos muy agresivos, reaccionarios y fieles al imperio, y por redes 
derechistas a nivel continental de las que quizás el componente más 
importante son los medios corporativos. Diariamente, esta constelación 
derechista monta campañas conspirativas de desinformación y agresión 
contra casi todos los gobiernos en América Latina y el Caribe, 
especialmente contra aquellos de tendencia progresista o radical.
En su artículo, Nazemroaya cuestiona las credenciales 
anti-capitalistas o socialistas de estos gobiernos. A la vez que él 
advierta contra “el exceso de simplificación y las caracterizaciones 
románticas”, y aunque él intenta definir lo que entiende por 
“izquierda”, Nazemroaya confunde conceptos y saca los hechos de su 
contexto para terminar con una lista flexible de aspectos más o menos 
halagadores que le permitan construir un retrato negativo de los 
acontecimientos en América Latina.
Empecemos con los conceptos. De manera correcta, Nazemroaya define 
“izquierda” y “derecha” como posiciones políticas dentro de un contexto 
dado. Pero casi inmediatamente procede a abandonar todo esfuerzo de 
entender la multiplicidad de los contextos que componen la realidad 
regional para así enfocarse en el hecho de que existe una plétora de 
“Izquierdas” en América Latina, que reciben la descripción derogatoria 
“un puñado ecléctico”.
Nazemroaya va más allá y asevera que “los gobiernos de izquierda en 
América Latina no operan estrictamente a la izquierda” pues, conforme 
con su opinión, hay una “izquierda verdadera” (una Izquierda sin 
contexto alguno y que él elige definir como genuina) y algún tipo de 
“izquierda tipo-imitación” (también libre de contexto y que él elige 
definir como falsa). Como prueba de esta aseveración, Nazemroaya se 
refiere a un supuesto “debate sobre si el proyecto socialista cubano se 
reforma de manera genuina o si eventualmente seguirá el camino de una 
restauración del capitalismo como en China y Vietnam.”
No se sabe dónde existe un debate de ese tipo, tal vez será en algún 
café de Toronto. Ese no es un argumento serio por dos motivos: Primero, 
porque la mera existencia de un debate sobre el futuro curso de una 
revolución no demuestra la verdadera orientación de esa revolución. Y 
segundo, porque Nazemroaya acepta como verdades establecidas sus 
opiniones sobre el socialismo en China y Vietnam sin sentir la necesidad
 de entrar en mayores detalles.
De hecho, tan cierto es que hay muchas “izquierdas” en América 
Latina, como lo es el hecho de que existe una vasta experiencia de 
discusión colectiva entre esas izquierdas. Un ejemplo de esto es el Foro
 Sao Paulo, el cual desde 1990 ha reunido a más de 90 organizaciones 
políticas de casi todos los países de la región, incluyendo a Puerto 
Rico. La mayoría de los países están representados por varios partidos 
políticos. En el caso de países como Argentina y Uruguay, participan 
hasta doce o más organizaciones.
Para mencionar solo algunas de estas organizaciones, van del Partido 
Socialista de Chile al Partido Comunista de Cuba, o de los diferentes 
partidos peronistas de Argentina hasta los nacionalistas de Perú. Por 
más de veinte años, este diverso grupo de organizaciones ha logrado 
llevar a cabo muchos debates y ha alcanzado consensos alrededor de temas
 claves como la lucha contra el genocida bloqueo estadounidense contra 
Cuba, el apoyo a la Revolución Bolivariana en Venezuela y el ALBA, así 
como al proyecto de la integración continental.
La enorme ola continental de solidaridad con la Revolución 
Bolivariana después de la muerte del Presidente Comandante Hugo Chávez, 
especialmente frente a la violencia fascista de los matones de Capriles 
Radonski, es otro caso relevante de la capacidad de la variada gama de 
movimientos de izquierda de dejar a un lado sus diferencias para 
juntarse en torno a una causa común. Sin la existencia de mecanismos y 
procesos como estos, habría sido imposible movilizar en meses recientes 
un movimiento capaz de denunciar la gira mundial de la mercenaria cubana
 de la CIA Yoani Sánchez. En capital tras capital América Latina, 
Sánchez fue recibida por grandes grupos de activistas quienes en algunas
 ocasiones lograron forzarla a cancelar algunas de sus actividades.
Otro caso relevante es la existencia de la Red de Intelectuales en 
Defensa de la Humanidad, compuesta de cientos, quizás miles de 
intelectuales de todo el mundo de un espectro ideológico muy amplio. 
Esta red rutinariamente organiza campañas en defensa de Cuba, Venezuela y
 los demás países del ALBA igual que lo han hecho contra los intentos 
golpìstas en países como Honduras, Ecuador o Paraguay. Sin negar las 
diferencias que existen entre varios de los movimientos políticos en 
cuestión, es necesario enfatizar que existe una comprensión cada vez más
 común de los problemas y desafíos que se tienen por delante.
Nazemroaya advierte contra la generalizaciones fáciles y en seguida hace generalizaciones toscas como la siguiente:
"Las
 élites compradoras en América Latina son los representantes locales de 
las corporaciones extranjeras y de los gobiernos e intereses foráneos 
que han explotado América Latina durante siglos. Estas élites 
compradoras pueden ser descritas con toda franqueza como los 'Negros de 
casa' o como la clase alta racista que históricamente ha gobernado 
América Latina y manejado sus riquezas y sus recursos a favor de los 
diversos centros del poder en otras partes del mundo que han controlado 
la región. Hoy en día, las élites compradoras de la región se han 
alineado en su mayoría con los Estados Unidos y prefieren Miami o New 
York a Caracas o Quito".
Un comentario obvio inicial sobre esta descripción es que si “las 
élites compradoras de la región se han alineado en su mayoría con los 
Estados Unidos y prefieren Miami o New York a Caracas o Quito" hay que 
preguntarse como pueden ser la fuerza motriz de un proceso de 
integración regional que no es para nada del agrado de los Estados 
Unidos, la Unión Europea y la OTAN. ¿Serán realmente la fuerza motriz, 
como sugiere Nazemroaya, de este proceso de integración?
Este es el tipo de generalizaciones toscas y simples que le hace 
imposible entender los contextos y características de los diferentes 
países de la región. Son esos contextos y características los que 
explican por qué hay tantas variedades de izquierdas las que, vale la 
pena repetirlo, demuestran una capacidad asombrosa de cooperar y de 
llegar a consensos sobre muchos temas importantes. Además, este tipo de 
generalizaciones le hace imposible entender las complejidades de las 
relaciones internacionales entre los países de la región. Un claro 
ejemplo es el caso de las relaciones entre Colombia y Venezuela y el 
Proceso de Paz que ha tomado lugar entre las FARC-EP y el Presidente 
Santos.
Las treinta y tres naciones que componen América Central y el Caribe 
se han encontrado en una situación común de dependencia de los poderes 
imperialistas, pero también muestran muchas diferencias sorprendentes. 
Países como Chile, Argentina o Uruguay tienen una influencia cultural 
europea muy fuerte, mientras otros países como Guatemala o Bolivia 
tienen grandes mayorías indígenas. Algunas oligarquías de la región son 
más ricas que otras. Otras, a su vez, han tenido mayor libertad para 
implementar políticas de sustitución de importaciones.
Algunos países como Honduras o Paraguay han sido sujetos a un estado 
de extremo subdesarrollo de la manera más despiadada por represivos 
régimenes dictatoriales. En cambio otros, como Ecuador o Uruguay, han 
disfrutado períodos relativamente largos de exitosas reformas. Aunque 
América Latina es la región más desigual del mundo, no todos los países y
 sus sociedades sufren el mismo nivel de pobreza o de subdesarrollo. 
Formas diferentes de inserción en el mercado mundial, diferentes 
culturas políticas, diferentes realidades sociales explican las 
diferencias entre los sujetos políticos.
De la misma manera, cabe preguntarse en qué sentido, como plantea 
Nazemroaya, "Las élites compradoras en América Latina son los 
representantes locales de las corporaciones extranjeras y gobiernos y 
intereses foráneos que han explotado América Latina durante siglos”. 
Esas élites son eso y muchas otras cosas más. Si es cierto que son los 
intermediarios entre los intereses de los transnacionales occidentales y
 los mercados de la región, también hay que notar que en muchos casos 
son actores con un peso específico propio.
Un ejemplo obvio es el caso del mexicano Carlos Slim, el hombre más 
rico del mundo. Otro caso es el del sector de los capitalistas 
colombianos representados por el Presidente Santos o, también por 
ciertos sectores de la oligarquía brasileña. Es evidente que todos estos
 ejemplos son de grupos que temen al socialismo y la mayoría de las 
políticas progresistas que apunten en esa dirección. Pero también tienen
 mucho miedo de la posibilidad de una catástrofe socio-política que 
podría hacer esfumar sus excedentes. En muchos casos, aunque sea de 
manera renuente, han tenido que aceptar muchas de las políticas 
progresistas y radicales, aun cuando sus medios de comunicación lanzan 
todo su veneno contra los gobiernos que ejecutan esas políticas.
A falta de un mejor marco de referencia política, Nazemroaya toma 
prestada la tipología de la izquierda en América Latina y el Caribe 
planteada por el distinguido sociólogo norteamericano James Petras. Pero
 éste es uno de los planteamientos más débiles de Petras. Con este 
esquema Petras cae en la tentación típica de los intelectuales 
occidentales de distribuir pequeñas estrellas de aprobación 
revolucionaria a los movimientos que a él en determinado momento le 
gustan, sin tomar en cuenta las circunstancias concretas de sus 
respectivas luchas.
Así, sin entender muchos de los verdaderos retos de la transformación
 social en el mundo real y los límites existentes del poder político, 
James Petras proyecta sus románticos ideales revolucionarios sobre 
diferentes movimientos y sujetos. Cuando esos movimientos en la vida 
real no se comportan de acuerdo con los deseos de Petras, él responde 
abandonándolos o advertiéndoles de una manera condescendiente que han se
 han vendido. Parece que no entiende el valor de la construcción 
nacional para materializar un proyecto socialista del tipo que sea. Así,
 por ejemplo en Argentina, él rechaza movimientos como el Peronismo, 
obviando el apoyo obstinado del que goza entre las masas obreras.
Frente a la realidad, la división esquemática de Petras entre 
“izquierda radicalt”, “izquierda pragmática”, “neo-liberales 
pragmáticos” y “régimenes neo-liberales dogmáticos” está muy equivocada.
 Si las FARC-EP estuviesen en la misma situación que el Partido 
Socialista Unificado de Venezuela, ciertamente actuarían en la misma 
línea que el PSUV. De hecho, las FARC-EP apoyan a la Revolución 
Bolivariana en Venezuela y comparten su fuente de inspiración que es el 
legado de Simón Bolívar.
En Brasil, el Movimiento de Trabajadores
 Sin Tierra (MST) apoya al Partido de los Trabajadores (PT), aunque sea 
de una manera crítica. Mientras con razón critica la estrategia de 
desarrollo del partido de Lula y Dilma Rousseff orientada hacia las 
agro-empresas, el MST entiende los impedimentos que restringen las 
políticas del gobierno del PT por depender de alianzas con otras fuerzas
 políticas en un país de inmensa extensión territorial y en el que la 
oligarquía conserva mucho poder en diferentes niveles. Además, el MST 
entiende muy bien lo que implicaría el regreso al poder político en 
Brasil de la derecha neoliberal.
Con respecto a Argentina, al la vez que es un rotundo insulto llamar a
 Cristina Fernández una “neoliberal pragmática”, también es una falta 
irresponsable de solidaridad con un gobierno progresista sujeto cada día
 a las más extremas campañas de desestabilización de parte de la 
oligarquía. Ningún régimen neoliberal aumenta el salario mínimo y las 
pensiones, mejora la educación pública o enfrenta la pobreza de manera 
decidida. Tampoco se ha visto ningún gobierno neoliberal decirle adiós 
al FMI de la manera que lo ha hecho Argentina bajo la conducción de los 
“neoliberales pragmáticos” Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Lo mismo se puede decir del gobierno de Mauricio Funes en El 
Salvador, donde el FMLN parece estar bien encaminado aganar las 
elecciones en febrero del 2014 con su propio candidato. Incapaces de 
identificar acertadamente procesos y acumulaciones de fuerza, analistas 
dogmáticos como Petras o Nazemroaya ven solo traición, vendepatrias, 
neoliberales y capitalistas por todos lados. La naturaleza superficial 
del análisis de escritores como James Petras se vuelve pura mala fe en 
el caso de algunos países que nunca o rara vez menciona, como Nicaragua,
 donde las cooperativas aportan 40% del PIB y un 70% de la fuerza 
laboral.
En el caso de Nicaragua, se dio un incidente a medianos de 2008, 
cuando un grupo de intelectuales occidentales, entre ellos Noam Chomsky,
 escribieron una carta pública en apoyo a una huelga de hambre de la 
ex-dirigente del FSLN, Dora Maria Tellez. La Señora Tellez estaba 
protestando contra el retiro, de parte del Consejo Supremo Electoral, de
 la personería jurídica, ya que su partido, el MRS, había incumplido las
 normas electorales. Esta decisión hizo imposible que la alianza 
política del MRS pudiera participar en las elecciones municipales en 
noviembre de aquel año.
Casi inmediatamente después de que Chomsky y los otros intelectuales 
publicaran su carta de apoyo a Téllez, el MRS entró en alianza electoral
 con el corrupto partido de derecha, el PLC. de Arnoldo Alemán. Hieron campaña con especial
 esmero a favor del banquero reaccionario Eduardo Montealegre, quien 
sigue evadiendo ser procesado por un fraude bancario multi-millonario de
 sus tiempos como ministro en el gobierno del Dr. Arnoldo Alemán. Está 
muy claro que el MRS logró engañar a los intelectuales occidentales que 
apoyaron a Dora Maria Tellez en 2008 porque no conocían la realidad 
política de Nicaragua. Si alguien todavía duda de la lealtad el MRS al 
gobierno de los Estados Unidos, solo tiene que leer algunos de los 
cables diplomáticos relevantes filtrados recientemente por Wikileaks.
Ese caso solo ilustra los problemas provocados por depender en los 
esquemas demasiado nítidos de la clase intelectual-gerencial que domina 
la producción intelectual en Norte América y Europa.
Así, cuando Nazemroaya cita a James Petras como su punto de 
referencia teórica en su reciente artículo sobre América Latina, se debe
 aplicar un escepticismo extremo a sus argumentos para lograr ver la 
realidad. Entre las típicas ausencias de James Petras y sus homólogos es
 entendible que una de las omisiones más evidentes sea Nicaragua. En una
 de sus raras menciones a la política actual de la Patria de Sandino, 
sobre las elecciones de noviembre de 2011 ganadas por amplio margen por 
el Frente Sandinista, Petras dice:
“No hay ningún cambio estructural en Nicaragua. Últimamente Ortega ha
 pactado zonas libres con los maquiladores de gran capital. Sigue 
formando alianzas con la derecha como el corrupto Arnoldo Alemán que se 
presentó como candidato. En este sentido Ortega es un político de 
políticas de parches: parches aquí, parches allá. Pero frente a la 
oposición de la ultra derecha los votantes prefieren los programas 
financiados por el presidente Chávez por sobre lo que ofrece la derecha 
que es simplemente palos sin zanahoria. No debemos confundirnos en este 
sentido de que la victoria de Ortega representa una gran victoria para 
la izquierda. Es una victoria más que nada del centro-derecha con apoyo 
de Chávez.”
Aparte de la profunda ignorancia sobre la realidad política de 
Nicaragua (por ejemplo, nunca hubo una “alianza” entre el FSLN y Alemán,
 sino un pacto, que se rompió varios años antes de esas elecciones, con 
el fin de dividir a la derecha y lograr mayores oportunidades de ganar 
en primera ronda) el análisis de Petras deja de lado aspectos muy 
importantes de la política social y económica del Frente Sandinista que 
están ampliamente documentados. Pero además, Petras ignora que el Frente
 Sandinista suspendió las relaciones con Israel a raíz del atroz ataque 
sionista a la Flotilla de la Libertad, o decidió dar asilo político a 
las jóvenes mexicanas que fueron capturadas en el campamento de las FARC
 que Colombia bombardeó en territorio ecuatoriano en marzo de 2008. Si 
eso no es política de izquierda, entonces cabría preguntarse qué lo es 
para el doctor James Petras.
Analistas como Petras, ven que determinado gobierno se encuentra 
ejcutando un programa del FMI pero no ven que se está disminuyendo el 
dominio del FMI en ese mismo país. Ven que determinado gobierno depende 
de las agro-exportaciones pero no ven como está diversificando su 
economía y llegando a ser menos dependiente de una gama restringida de 
exportaciones. Ven capitalistas y exclaman “¡Neoliberalismo! 
¡Extractivismo!” sin tan siquiera proponer una alternativa factible que 
le podría permitir a ese país desarrollar sus fuerzas productivas. Y 
cuando sí ven a un determinado gobierno implementar esas alternativas 
¡dicen que no es suficiente!
A las revoluciones se aplica el viejo dicho latinoamericano, “Es 
fácil verla pasar de lejos, lo difícil es acercarse a platicar con 
ella.”
Un trato así, superficial y poco respetuoso de los acontecimientos en
 América Latina, presenta dos tipos de problemas: El primero es que hace
 mucho más difícil la solidaridad práctica, especialmente hoy cuando 
Washington está aumentando su campaña fascista a escala continental 
contra América Latina. El segundo tipo de problemas tiene que ver con la
 importancia crucial de la experiencia latinoamericana para los nuevos 
proyectos más alla del capitalismo que puedan surgir en muchas otras 
partes del mundo.
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