jueves, 19 de enero de 2012

Las izquierdas y el sectarismo sin fin

En su artículo "Las izquierdas y el fin del capitalismo" publicado el viernes 13 por La Jornada de México, el escritor Raúl Zibechi plantea la tesis de que "la batalla por un mundo nuevo será mucho más larga que la duración de los gobiernos progresistas latinoamericanos", los que en algún momento deberán ser derrocados violentamente por los sujetos sociales. Demás está decir que no podemos coincidir para nada con tales conclusiones del autor.
La cita textual, en el último párrafo del artículo en cuestión, reza:
"La unidad de la izquierda puede ser positiva. Pero la batalla por un mundo nuevo será mucho más larga que la duración de los gobiernos progresistas latinoamericanos y, sobre todo, se dirimirá en espacios manchados de sangre y barro".
Antes que se nos acuse de tendenciosos, notamos que al inicio de su artículo el autor escribe que "el capitalismo (...) debe ser derrotado por las fuerzas antisistémicas, sean éstas movimientos de base horizontales y comunitarios, partidos más o menos jerárquicos e incluso gobiernos con voluntad anticapitalista". Sin embargo, como veremos, el resto de su argumentación se desliza por la pendiente del sectarismo.
Para despejar cualquier duda de que Zibechi no está pensando en primer lugar en confrontaciones "en espacios manchados de sangre y barro" entre los movimientos populares y el imperialismo o las oligarquías retrógradas y parasitarias sino más bien entre éstos y los gobiernos de, por ejemplo, Cristina Fernández en Argentina, Rafel Correa en Ecuador o Daniel Ortega aquí en Nicaragua, citamos otro trozo de su artículo:
"Es cierto, como señala Immanuel Wallerstein (...) que la unidad de las izquierdas puede contribuir a alumbrar un mundo nuevo y, a la vez, reducir los dolores del parto. Pero en esta región del mundo buena parte de esos dolores no han menguado con los triunfos electorales de la izquierda", y a continuación cita el caso de los encausados por terrorismo y sabotaje en Ecuador, supuestamente por oponerse a la minería a cielo abierto, el asesinato reciente de tres militantes del Frente Darío Santillán en Argentina, y los cientos de miles de desplazados de sus viviendas en Brasil por la especulación desatada con motivo de la próxima Copa del Mundo.
"La lista es larga y no deja de crecer", alerta el autor.
Independientemente de las tan dispares circunstancias que han dador origen a esos y otros sucesos, y a los logros reales en el campo social y político de los gobiernos de izquierda en América Latina, hay un par de hechos relevantes que Zibechi pasa por alto.
El primero, es que si hay algo que las oligarquías latinoamericanas y los sectores más belicistas de los Estados Unidos y la OTAN desearían es tener servidas en bandeja las cabezas de todos esos mandatarios progresistas. No hace falta aquí extendernos en detalle, por ejemplo, sobre los cables de WikiLeaks que revelan la "curiosidad" del Departamento de Estado por la salud de la presidenta Cristina Fernández, sobre la despiadada y viciosa guerra mediática librada por los dueños de los grandes diarios del hemisferio aglutinados en la Sociedad Interamericana de Prensa contra los gobiernos progresistas de América Latina, sobre la campaña de muchos años que vienen desarrollando redes terroristas continentales como UnoAmerica contra las organizaciones del Foro de Sao Paulo, o sobre el abundante apoyo logístico europeo y norteamericano a los proyectos desestabilizadores contra los gobiernos de izquierda. Eso para no mencionar la serie de golpes e intentos de golpe de estado cometidos contra esos gobiernos a lo largo de los años en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Honduras, etcétera. Si los gobiernos de izquierda de América Latina no supusiesen una amenaza para los grupos capitalistas más poderosos dentro y fuera de la región ¿por qué entonces semejante afán por derrocarlos y/o desestabilizarlos?
El segundo hecho relevante que Zibechi omite considerar, es que los oprimidos del continente son las primeras víctimas de la explotación y de la violencia ejercida por las oligarquías y por el imperialismo en la región. A pesar de la "larga lista" de (supuestos y/o reales) hechos represivos (más o menos) atribuibles a los gobiernos de izquierda en América Latina contra (supuestos y/o reales) movimientos sociales, Zibechi no puede obviar, por ejemplo, hechos como los 50 mil muertos de la "guerra contra el narcotráfico" en México, los suicidios masivos de indígenas "por la tristeza de no tener qué comer" en ese mismo país, la militarización de las comunidades mapuches y la salvaje represión contra los estudiantes en Chile, o los heridos y retenidos por los rutinarios desalojos de pobladores en los barrios de Bogotá. Sucesos como los mencionados son apenas notas al márgen de un día a día conocido por las clases populares del continente desde hace varios siglos, tal y como lo demuestra la lectura de obras como Las Venas Abiertas de América Latina.
Zibechi escribe que "aunque existen inspiraciones comunes y objetivos generales compartidos, las diferentes velocidades que registra la transición hacia el poscapitalismo, y las notables diferencias entre los sujetos antisistémicos, atentan contra las generalizaciones". El autor afirma de una manera aparentemente inocua, que no se puede generalizar para, acto seguido, establecer una dicotomía maniquea entre unas supuestas izquierdas en el poder y otras fuera de él, entre las que algún día se dirimirá un conflicto "en espacios manchados de sangre y barro".
Es un grave maniqueísmo el querer establecer una línea divisoria entre unos  que proponen realizar una "revolución desde abajo" y otros que supuestamente la quieren realizar "desde arriba". Esas izquierdas actualmente en el poder en América Latina vienen, entre otras cosas, de los mismos movimientos sociales que en el pasado bloquearon, hicieron huelgas, ocuparon, se manifestaron y se enfrentaron a los aparatos represivos del neoliberalismo.
Para Zibechi, "el hecho central es que las izquierdas, más o menos unidas, han dado casi todo lo que podían dar más allá de la evaluación que se haga de su desempeño. Los ocho gobiernos sudamericanos que podemos calificar de izquierda han mejorado la vida de las personas y disminuido sus sufrimientos, pero no han avanzado en la construcción de sociedades nuevas. Se trata de constatar hechos y límites estructurales que indican que por ese camino no se puede obtener más de lo logrado", escribe.
Por un lado, afirma que la construcción de una sociedad poscapitalista será una tarea de largo aliento; por el otro, condena a unos gobiernos que apenas han estado en el poder unos pocos años por "no avanzar en la construcción de sociedades nuevas".
El autor pone su fe en "cimientos o semillas de las relaciones sociales que pueden sustituir al capitalismo", como cuando "millones de personas viven y trabajan en comunidades indígenas en rebeldía, en asentamientos de campesinos sin tierra, en fábricas recuperadas por sus obreros, en periferias urbanas autorganizadas, y participan en miles de emprendimientos que nacieron en la resistencia al neoliberalismo y se han convertido en espacios alternativos al modo de producción dominante".
Por algún milagro del desarrollo social, cuando esos movimientos, como en el caso de Nicaragua, al pasar a recibir masivamente títulos de propiedad a manos del gobierno sandinista, al ser reconocidos como sujetos de derechos económicos y políticos, pasarían también a convertirse en títeres cooptados privados de capacidad antisistémica. Evidentemente, esa perspectiva crítica es tan poco honesta como la de aquel europeo que, indignado, le echaba en cara a los zapatistas el vender y consumir Coca-Cola en sus caracoles.
Zibechi echa mano a la teoría de los sistemas globales para terminar reduciendo el debate a una oposición entre "cimientos o semillas" de "relaciones que pueden sustituir al capitalismo" y unos "gobiernos progresistas" enfrentados a "límites estructurales" más allá de los cuales, implica sutilmente, sólo quedaría derrocarlos. ¿Cómo podrán esos "cimientos o semillas" de "relaciones poscapitalistas" sobrevivir y desarrollarse en un entorno que el mismo autor reconoce estará conviviendo con el capitalismo durante un largo tiempo, si no fortalecen proyectos nacionales y continentales? ¿Quién puede negar que se trata de un proceso largo y contradictorio, con avances y retrocesos, victorias y derrotas?
El socialismo no debe ser "ni calco ni copia, sino creación heroica de nuestros pueblos", escribió una vez Mariátegui: Creación heroica en "espacios manchados de sangre y barro" y también en aulas de clases, en centros de salud, en fábricas, en parlamentos, en familias, en templos, en aviones de guerra, en salas de conciertos, en laboratorios, en ministerios, en parques y en selvas. Desde abajo, por arriba, de costado, a largo plazo, a corto plazo, a mediano plazo. Precisamente, porque como escribe Zibechi, el capitalismo no se va a caer por sí mismo, sino que debe ser construido conscientemente por los sujetos sociales, las exigencias de una comprensión política general del momento histórico y su desarrollo aumentan al pasar de la etapa de la denuncia y la protesta a la etapa de la construcción.
Está por verse si los por el autor tan denostados "gobiernos progresistas" ya han dado lo mejor de sí. Lo que está visto es que el afán de algunos por hacer antagónicas contradicciones que no deberían serlo no tiene fin...
Radio La Primerísima, Tortilla con Sal.

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