La cita textual, en el último párrafo del artículo en cuestión, reza:
"La unidad de la izquierda puede ser positiva.  Pero la batalla por un mundo nuevo será mucho más larga que la duración  de los gobiernos progresistas latinoamericanos y, sobre todo, se  dirimirá en espacios manchados de sangre y barro".
Antes que se nos acuse de tendenciosos, notamos  que al inicio de su artículo el autor escribe que "el capitalismo (...)  debe ser derrotado por las fuerzas antisistémicas, sean éstas  movimientos de base horizontales y comunitarios, partidos más o menos  jerárquicos e incluso gobiernos con voluntad anticapitalista". Sin  embargo, como veremos, el resto de su argumentación se desliza por la  pendiente del sectarismo.
Para despejar cualquier duda de que Zibechi no  está pensando en primer lugar en confrontaciones "en espacios manchados  de sangre y barro" entre los movimientos populares y el imperialismo o  las oligarquías retrógradas y parasitarias sino más bien entre éstos y  los gobiernos de, por ejemplo, Cristina Fernández en Argentina, Rafel  Correa en Ecuador o Daniel Ortega aquí en Nicaragua, citamos otro trozo  de su artículo:
"Es cierto, como señala Immanuel Wallerstein  (...) que la unidad de las izquierdas puede contribuir a alumbrar un  mundo nuevo y, a la vez, reducir los dolores del parto. Pero en esta  región del mundo buena parte de esos dolores no han menguado con los  triunfos electorales de la izquierda", y a continuación cita el caso de  los encausados por terrorismo y sabotaje en Ecuador, supuestamente por  oponerse a la minería a cielo abierto, el asesinato reciente de tres  militantes del Frente Darío Santillán en Argentina, y los cientos de  miles de desplazados de sus viviendas en Brasil por la especulación  desatada con motivo de la próxima Copa del Mundo.
"La lista es larga y no deja de crecer", alerta el autor.
Independientemente de las tan dispares  circunstancias que han dador origen a esos y otros sucesos, y a los  logros reales en el campo social y político de los gobiernos de  izquierda en América Latina, hay un par de hechos relevantes que Zibechi  pasa por alto.
El primero, es que si hay algo que las  oligarquías latinoamericanas y los sectores más belicistas de los  Estados Unidos y la OTAN desearían es tener servidas en bandeja las  cabezas de todos esos mandatarios progresistas. No hace falta aquí  extendernos en detalle, por ejemplo, sobre los cables de WikiLeaks que  revelan la "curiosidad" del Departamento de Estado por la salud de la  presidenta Cristina Fernández, sobre la despiadada y viciosa guerra  mediática librada por los dueños de los grandes diarios del hemisferio  aglutinados en la Sociedad Interamericana de Prensa contra los gobiernos  progresistas de América Latina, sobre la campaña de muchos años que  vienen desarrollando redes terroristas continentales como UnoAmerica  contra las organizaciones del Foro de Sao Paulo, o sobre el abundante  apoyo logístico europeo y norteamericano a los proyectos  desestabilizadores contra los gobiernos de izquierda. Eso para no  mencionar la serie de golpes e intentos de golpe de estado cometidos  contra esos gobiernos a lo largo de los años en Venezuela, Bolivia,  Ecuador, Honduras, etcétera. Si los gobiernos de izquierda de América  Latina no supusiesen una amenaza para los grupos capitalistas más  poderosos dentro y fuera de la región ¿por qué entonces semejante afán  por derrocarlos y/o desestabilizarlos?
El segundo hecho relevante que Zibechi omite  considerar, es que los oprimidos del continente son las primeras  víctimas de la explotación y de la violencia ejercida por las  oligarquías y por el imperialismo en la región. A pesar de la "larga  lista" de (supuestos y/o reales) hechos represivos (más o menos)  atribuibles a los gobiernos de izquierda en América Latina contra  (supuestos y/o reales) movimientos sociales, Zibechi no puede obviar,  por ejemplo, hechos como los 50 mil muertos de la "guerra contra el  narcotráfico" en México, los suicidios masivos de indígenas "por la  tristeza de no tener qué comer" en ese mismo país, la militarización de  las comunidades mapuches y la salvaje represión contra los estudiantes  en Chile, o los heridos y retenidos por los rutinarios desalojos de  pobladores en los barrios de Bogotá. Sucesos como los mencionados son  apenas notas al márgen de un día a día conocido por las clases populares  del continente desde hace varios siglos, tal y como lo demuestra la  lectura de obras como Las Venas Abiertas de América Latina.
Zibechi escribe que "aunque existen inspiraciones  comunes y objetivos generales compartidos, las diferentes velocidades  que registra la transición hacia el poscapitalismo, y las notables  diferencias entre los sujetos antisistémicos, atentan contra las  generalizaciones". El autor afirma de una manera aparentemente inocua,  que no se puede generalizar para, acto seguido, establecer una dicotomía  maniquea entre unas supuestas izquierdas en el poder y otras fuera de  él, entre las que algún día se dirimirá un conflicto "en espacios  manchados de sangre y barro".
Es un grave maniqueísmo el querer establecer una  línea divisoria entre unos  que proponen realizar una "revolución desde  abajo" y otros que supuestamente la quieren realizar "desde arriba".  Esas izquierdas actualmente en el poder en América Latina vienen, entre  otras cosas, de los mismos movimientos sociales que en el pasado  bloquearon, hicieron huelgas, ocuparon, se manifestaron y se enfrentaron  a los aparatos represivos del neoliberalismo.
Para Zibechi, "el hecho central es que las  izquierdas, más o menos unidas, han dado casi todo lo que podían dar más  allá de la evaluación que se haga de su desempeño. Los ocho gobiernos  sudamericanos que podemos calificar de izquierda han mejorado la vida de  las personas y disminuido sus sufrimientos, pero no han avanzado en la  construcción de sociedades nuevas. Se trata de constatar hechos y  límites estructurales que indican que por ese camino no se puede obtener  más de lo logrado", escribe.
Por un lado, afirma que la construcción de una  sociedad poscapitalista será una tarea de largo aliento; por el otro,  condena a unos gobiernos que apenas han estado en el poder unos pocos  años por "no avanzar en la construcción de sociedades nuevas".
El autor pone su fe en "cimientos o semillas de  las relaciones sociales que pueden sustituir al capitalismo", como  cuando "millones de personas viven y trabajan en comunidades indígenas  en rebeldía, en asentamientos de campesinos sin tierra, en fábricas  recuperadas por sus obreros, en periferias urbanas autorganizadas, y  participan en miles de emprendimientos que nacieron en la resistencia al  neoliberalismo y se han convertido en espacios alternativos al modo de  producción dominante".
Por algún milagro del desarrollo social, cuando  esos movimientos, como en el caso de Nicaragua, al pasar a recibir  masivamente títulos de propiedad a manos del gobierno sandinista, al ser  reconocidos como sujetos de derechos económicos y políticos, pasarían  también a convertirse en títeres cooptados privados de capacidad  antisistémica. Evidentemente, esa perspectiva crítica es tan poco  honesta como la de aquel europeo que, indignado, le echaba en cara a los  zapatistas el vender y consumir Coca-Cola en sus caracoles.
Zibechi echa mano a la teoría de los sistemas  globales para terminar reduciendo el debate a una oposición entre  "cimientos o semillas" de "relaciones que pueden sustituir al  capitalismo" y unos "gobiernos progresistas" enfrentados a "límites  estructurales" más allá de los cuales, implica sutilmente, sólo quedaría  derrocarlos. ¿Cómo podrán esos "cimientos o semillas" de "relaciones  poscapitalistas" sobrevivir y desarrollarse en un entorno que el mismo  autor reconoce estará conviviendo con el capitalismo durante un largo  tiempo, si no fortalecen proyectos nacionales y continentales? ¿Quién  puede negar que se trata de un proceso largo y contradictorio, con  avances y retrocesos, victorias y derrotas?
El socialismo no debe ser "ni calco ni copia, sino creación heroica de nuestros pueblos",  escribió una vez Mariátegui: Creación heroica en "espacios manchados de  sangre y barro" y también en aulas de clases, en centros de salud, en  fábricas, en parlamentos, en familias, en templos, en aviones de guerra,  en salas de conciertos, en laboratorios, en ministerios, en parques y  en selvas. Desde abajo, por arriba, de costado, a largo plazo, a corto  plazo, a mediano plazo. Precisamente, porque como escribe Zibechi, el  capitalismo no se va a caer por sí mismo, sino que debe ser construido  conscientemente por los sujetos sociales, las exigencias de una  comprensión política general del momento histórico y su desarrollo  aumentan al pasar de la etapa de la denuncia y la protesta a la etapa de  la construcción.
Está por verse si los por el autor tan denostados  "gobiernos progresistas" ya han dado lo mejor de sí. Lo que está visto  es que el afán de algunos por hacer antagónicas contradicciones que no  deberían serlo no tiene fin...
Radio La Primerísima, Tortilla con Sal.
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