Por Jorge Capelán, Radio La Primerísima /Tortilla con Sal. 
Para cualquier latinoamericano con un 
mínimo de identidad es algo evidente: Las Malvinas son argentinas. Basta
 con sólo ver el mapa para darnos cuenta que los ingleses no tienen nada
 que hacer a escasos 480 kilómetros de las costas del país sudamericano.
Sin embargo, la campaña mediática es tal que hace falta 
refrescar un poco la memoria y aprender algunas cosas para argumentar 
contra la propaganda y la desinformación que día a día repiten los 
medios multinacionales y los de las oligarquías criollas.
En este artículo repasaremos algunos de los ejes de esa 
propaganda y además intentaremos arrojar algo de luz sobre la historia 
del conflicto y sus implicaciones para toda América Latina y para los 
pueblos que aún luchan por su independencia.
Algunos ejes de la propaganda colonialista:
Según versiones nada inocentes, de verdaderos lobos con pieles
 de oveja, el diferendo sobre las Islas Malvinas (que los ingleses 
llaman "Falkland") es una vieja cuita entre Argentina e Inglaterra sobre
 un montón de rocas en el medio del Atlántico. Según esta versión las 
islas no tienen ningún valor aparte de pastizales y unos 3 mil 
habitantes que los ingleses llaman kelpers. (Excepto ahora que se 
encontró petróleo, claro).
Por alguna razón que nadie que trabaje para los grandes medios
 tiene interés en examinar con un mínimo de honestidad, a menudo se 
presenta la fracasada invasión de Argentina en 1982 como un hecho que 
zanjó la disputa a favor de los ingleses. Sin embargo, esa guerra no 
"resolvió" el litigio sobre las Malvinas, como muchos creen y como 
muchos medios repiten.
Según muchas de esas versiones, los gobiernos de Inglaterra y 
Argentina (especialmente ésta última) utilizan el conflicto como un 
pretexto para reforzar sus débiles posiciones a lo interno.
Se dice que Argentina no tiene nada que demandar, porque los 
habitantes de las islas quieren ser ciudadanos británicos y se niegan a 
pertenecer a la argentina. Como veremos, el tema de los habitantes de 
las Malvinas (o kelpers, como dicen los británicos), aunque importante, 
es de valor secundario en lo que respecta al derecho internacional en 
casos como este.
Esta forma de ver el conflicto no es para nada neutral. Como 
veremos, las Islas Malvinas son de importancia estratégica para 
Argentina, América Latina y todos los países con costas en el Atlántico 
Sur independientemente de que haya petróleo o no; la guerra del 82 no 
resolvió el tema de la legitimidad de la demanda argentina y ésta 
demanda, al menos en el caso argentino, no tiene nada que ver con 
cálculos políticos de corto plazo, al menos para la parte argentina.
¿Islas sin valor?
Las Islas Malvinas no son montones de piedras sin valor en 
medio del Atlántico. Por cierto, ningún montón de piedras en medio de 
alguno de los grandes océanos del mundo carece de valor:
La Guerra del Pacífico durante la Segunta Guerra Mundial tuvo 
que ver en gran parte con el control de montones de piedras parecidos o 
menores que las Malvinas. En el área de los montones de piedras del 
atolón de Mururoa los franceses llevaron a cabo sus controvertidas 
pruebas con armas nucleares y los montones de piedras que forman las 
Islas Marshall (66 mil habitantes), le dan a los Estados Unidos acceso a
 un estado cliente que vota según los dictados de Washington en 
cualquier tema, no importa cuán impopular sea para el resto del mundo, 
como es el caso del bloqueo a Cuba.
Sobre montones de piedras como esos, los estados pueden 
construir pistas de aterrizaje, centros de investigación, puertos, bases
 militares y de radares y otra infraestructura para aumentar su 
influencia geopolítica.
Las Malvinas están a 260 millas náuticas de las costas 
argentinas. Si Gran Bretaña manda un submarino armado de cabezas 
nucleares (tal y como hace unas semanas lo denunció el ministro de 
relaciones exteriores argentino en las Naciones Unidas y como lo 
confirmó el representante británico en esa organización, Lyall Grant) 
entonces esto se convierte en una grave amenaza contra Argentina y 
contra toda América Latina, que es la única región del planeta 
totalmente libre de armas nucleares.
Las Malvinas, una demanda arraigada
Cristina Fernández no es una presidenta desesperada y 
necesitada de desempolvar un viejo conflicto para mejorar sus cifras de 
aceptación. Los grandes diarios y las cadenas de televisión argentinas 
están controlados por unos pocos monopolios oligárquicos que desde 
siempre han odiado al peronismo, especialmente cuando éste ha demostrado
 tener una verdadera base social detrás. Desde hace años llevan adelante
 una operación de acoso y derribo contra el gobierno, y cada cosa que 
pasa en el país la retuercen de la manera más vulgar. Por eso, una cosa 
es la Argentina vista a través de los medios privados y otra bastante 
diferente es el país real.
Cristina Fernández ganó las elecciones del año pasado con el 
54 por ciento de los votos - el mayor apoyo que presidente argentino 
alguno haya tenido desde 1983. Su distancia al competidor más cercano 
fue de 37 por ciento, la mayor en la historia argentina. Sólo otros dos 
presidentes argentinos han tenido más apoyo que Cristina Fernández: 
Hipólito Irigoyen (en 1928) y Juan Domingo Perón. Además, la presidenta y
 sus aliados tienen el control de ambas cámaras en el Congreso. O sea 
que difícilmente es una presidenta débil.
Nueve de cada 10 argentinos apoyan la demanda de recuperar las
 Malvinas. El sábado, todos los grupos del parlamento apoyaron una 
declaración que condena el colonialismo de Gran Bretaña y demanda una 
solución pacífica del diferendo. De hecho, a lo largo de toda la 
historia del país, los gobiernos argentinos han reclamado su soberanía 
sobre las islas. Esto es especialmente importante luego de la guerra de 
1982, haciendo énfasis en una solución negociada al diferendo. En este 
sentido, Cristina Fernández no está haciendo nada nuevo con respecto a 
los gobierno anteriores, como no sea el plantear la cuestión con más 
decisión y consecuencia. Ni ella ni Néstor Kirchner ocultaron jamás su 
opinión de que las islas le pertenecen a Argentina, ni su promesa de 
hacer lo necesario para recuperarlas.
Un problema de co-lo-nia-lis-mo
Colonialismo es el sistema por medio del cual poderes 
extranjeros se apoderan de territorios que pertenecen a otros estados o 
pueblos, a menudo estableciendo grupos de colonos que permanentan el 
dominio del territorio en cuestión. El caso de las Islas Malvinas es 
claramente uno de colonialismo, por lo que ha estado en la lista del 
Comité de Descolonización de las Naciones Unidas desde 1965.
Puede ser que los primeros en descubrir las Islas Malvinas 
hayan sido los habitantes de la Patagonia. Sin embargo, cuando llegaron 
los europeos las islas estaban desiertas de gente.
Desde la primera mitad del siglo XVI, España, Francia, 
Inglaterra y Holanda trataron de hacerse con las islas. Los ingleses no 
fueron los primeros en llegar, ya que lo hicieron a finales del siglo. 
En 1740, los ingleses y los españoles lucharon por las Malvinas, sin un 
claro vencedor. En 1764 las islas fueron ocupadas por los franceses que 
dos años más tarde aceptaron ceder su soberanía sobre ellas a los 
españoles como parte de una negociación más amplia sobre los dominios de
 ultramar de ambas potencias.
España nombró un gobernador para las Malvinas y los 115 
colonos franceses que había en ellas pasaron a ser súbditos de la corona
 española. Al mismo tiempo, los piratas ingleses bajo la jefatura del 
comandante John Byron ocuparon la isla La Trinidad y fundaron la 
población de Port Egmont. Con el tiempo, los españoles expulsaron a los 
ingleses que luego de la firma de los tratados de Nutka, a finales del 
siglo XVIII, dejaron en paz a las Malvinas. A partir de ese tratado, que
 los ingleses jamás denunciaron, las demandas de Inglaterra sobre las 
Malvinas deberían haber cesado.
Como se sabe, las Provincias Unidas del Río de la Plata (el 
nombre oficial de Argentina en aquel entonces) se independizaron de 
España en 1810, y así se quedaron con todo lo que le pertenecía a la 
corona española. Los españoles se fueron de las Islas Malvinas al año 
siguiente, en 1811.
Por razones fáciles de entender, la nueva república no pudo 
hacer valer de inmediato su soberanía sobre tales extensiones. Le tomó 
10 años a Buenos Aires mandar un gobernador a las Islas Malvinas. 
Mientras tanto, diversos países como los Estados Unidos y Gran Bretaña 
se dedicaron a la caza de la ballena en esas islas. Sin embargo, nunca 
las reclamaron para sí.
El hecho es que los ingleses se cuidaban mucho de tener las 
mejores relaciones comerciales con una Argentina con un gran mercado 
interior hambriento de los productos manufacturados de Inglaterra.
El lío comenzó cuando Buenos Aires envió a su primer 
gobernador a las Malvinas. En 1823, Argentina otorgó una concesión al 
empresario Luis María Vernet a cambio de que se hiciese cargo de 
gobernar las islas. En 1829 Vernet inauguró la administración política y
 militar de las Islas Malvinas con sede en Puerto Luis, en la Isla 
Soledad.
Cuando Vernet decidió, a instancias de Buenos Aires, controlar
 la caza de la ballena, los primeros en reaccionar fueron los 
estadounidenses, que en 1832 enviaron la corveta Lexington, la que 
destruyó las instalaciones de Puerto Luis. Al año siguiente, los 
británicos enviaron la fragata HMS Clio bajo el mando del capitán John 
James Onslow, que le comunicó al capitán argentino José María Pinedo sus
 intenciones de plantar la bandera de Su Majestad de Inglaterra sobre el
 suelo de Las Malvinas.
Pinedo consideró que su goleta de nombre Sarandí no tenía la 
menor posibilidad de plantarle cara al representante del Imperio 
Británico y se fue del lugar tan rápido como pudo. Al día siguiente 
desembarcaban los ingleses y comenzaba la ocupación británica de las 
Islas Malvinas. Un ejemplo de manual del colonialismo de la época.
Los isleños no son un pueblo originario
"¿Y por qué no le preguntan a los isleños lo que quieren ser?"
 repite el coro de lobos con piel de oveja. Porque los isleños, en este 
tipo de cuestiones, son un tema secundario.
El derecho internacional sólo reconoce a los pueblos 
originarios el derecho de expresar su voluntad en un conflicto de 
soberanía sobre un territorio.
Los "kelpers", palabra peyorativa usada por los ingleses para 
referirse a los habitantes de las Malvinas, no son un pueblo originario,
 como lo serían el pueblo rapanui en la Isla de Pascua y el pueblo 
mapuche en la Patagonia.
Los isleños son descendientes de los europeos que habitaban 
las islas a la llegada de los ingleses, y de los propios ingleses. De 
hecho, son ingleses. Al no ser un pueblo originario que haya habitado 
las Malvinas desde tiempos inmemoriales, es decir, antes de la 
colonización, este grupo no tiene un derecho natural sobre las islas.
Una cosa es su derecho a mantener sus costumbres, a que se les
 respete su propiedad, su idioma o aún su voluntad de ser súbditos de la
 corona inglesa, pero no pueden decidir si las Malvinas le pertenecen a 
Argentina o a Gran Bretaña.
Envuelto en un conflicto parecido al de las Malvinas, el del 
Peñón de Gibraltar, el canciller español José García-Margallo dijo, 
acerca de la demanda de los gibraltareños de participar en las 
negociaciones entre Londres y Madrid: "sobre esas cosas les toca hablar a
 los adultos", es decir, a los gobierno de España en Inglaterra.
Si el canciller argentino, Timmerman, hubiese dicho lo mismo 
que el español sobre el tema de las Malvinas, los órganos de la 
dictadura mediática habrían armado un alboroto y lo habrían acusado de 
"colonialista" y quién sabe cuántos disparates más. Sin embargo, y a 
pesar de expresarse de manera tan grosera, García-Margallo tenía en 
principio razón: el tema de la soberanía de Gibraltar no se decide en 
Gibraltar sino entre Madrid y Londres. Lo mismo para el caso de las 
Malvinas.
El cínico argumento de la guerra de 1982
Hace falta una buena dosis de cinismo histórico para exagerar 
el significado de la guerra de 1982 para el conflicto sobre las islas. 
La guerra, irresponsable e incompetentemente llevada adelante por la 
dictadura entonces comandada por Massera, ciertamente no ayudó a la 
causa argentina.
Pero fue una guerra iniciada por un gobierno ilegítimo, cuyos 
representantes han sido juzgados por crímenes de lesa humanidad, llevada
 adelante con el fin de limpiarle la cara y neutralizar la oposición a 
un régimen oprobioso. Se trataba de una dictadura fascista que contó con
 el apoyo de aliados de Gran Bretaña como los Estados Unidos y la OTAN.
Argentina cumplía un papel clave en el apoyo a la guerra de 
los Estados Unidos contra los pueblos de América Central, asesorando a 
las dictaduras centroamericanas y a los propios contras en Nicaragua. 
Por eso, la junta militar pensó que la administración Reagan la apoyaría
 en su intento de recuperar las Malvinas por la fuerza.
Sin embargo, para Reagan, la operación británica para 
recuperar las islas invadidas por Argentina era la "guerrita perfecta" 
que relanzaría a los Estados Unidos en el camino de la dominación 
mundial luego del desprestigio sufrido por la derrota en Vietnam.
Reagan advirtió a los militares argentinos que Gran Bretaña 
reaccionaría militarmente a la invasión argentina, pero no les dijo que 
apoyaría a los ingleses, como de hecho lo hizo al proveer a Inglaterra 
con avanzados misiles supersónicos de tipo sidewinder que proporcionaron
 a los británicos una ventaja decisiva en el aire.
Todos los gobiernos argentinos desde la caída de la dictadura 
en 1983 se han distanciado de la guerra y la han criticado sin por ello 
renunciar a la soberanía argentina sobre las islas. En lugar de medios 
militares se plantea la diplomacia con el fin de llevar a los británicos
 a la mesa de negociaciones. En este sentido, el gobierno de Cristina 
Fernández no hace nada nuevo con respecto a los gobiernos anteriores.
Ingleses temen a la negociación
Una negociación entre Argentina e Inglaterra sobre las islas 
Malvinas tiene que tratar sobre el problema de fondo, es decir sobre el 
tema de la soberanía sobre las islas. Después se podrá decidir sobre la 
administración, la explotación de los recursos, sobre la situación de 
los habitantes, etcétera.
Si los británicos están tan seguros de su derecho, ¿por qué se
 niegan a recurrir a la justicia internacional? El tema de las Malvinas 
está en el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas desde 1965. 
Ese comité fue creado en 1961 para impedir acciones represivas de las 
potencias europeas bajo su control y para supervisar su proceso de 
descolonización definitiva.
El problema de los ingleses tiene que ver con que saben que la
 tesis de que no se apropiaron de las islas por medio de la piratería 
colonialista no tiene el menor asidero.
El tema de las Malvinas es un caso evidente de colonialismo.
Un tema de importancia para América y el mundo
La de las Islas Malvinas es una cuestión de principios, pero 
también es una cuestión que tiene que ver con el acceso a recursos y, lo
 que no es menos importante, con el garantizar que las islas no sean 
utilizadas por una potencia nuclear, actualmente involucrada en varias 
guerras, para agredir a la Argentina.
La cuestión de las Malvinas también es importante para todos los países de América Latina y el Caribe por esas mismas razonas.
Hay que recordar que, de 17 casos que han llegado a la mesa 
del Comité de Descolonización de la ONU, más de la mitad, Anguila, 
Bermudas, Las Islas Caimán, Las Malvinas, Turcas y Caicos, Las Islas 
Vírgenes Británicas, Las Islas Vírgenes Estadounidenses, Montserrat y 
Puerto Rico, están en América Latina y el Caribe.
La presencia nuclear británica en el Atlántico Sur constituye 
una amenaza geopolítica contra la UNASUR y contra todos los países con 
costas en el Atlántico Sur, especialmente Sudáfrica.
Muchas cosas se pueden resolver sobre la mesa de negociaciones
 con los británicos, incluso su participación en la zona con fines 
pacíficos.
Nadie habla de echar a los habitantes al mar ni de sacrificar a
 sus ovejas o irrespetar sus costumbres. Los estados latinoamericanos 
tienen a estas alturas grandes experiencias en las formas de autonomía y
 la plurinacionalidad.
Mucho se puede discutir y mucho se puede avanzar, pero para 
eso hay que sentarse en la mesa de negociaciones y no hacer como Gran 
Bretaña, que durante 180 años ha pretendido que puede agenciarse lo que 
sea por medio de las armas.
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